jueves, 12 de abril de 2012

Cuando el horror y la acción vienen del fanatismo religioso

Por Raúl Ortiz - Mory


¿Qué tienen en común tres muchachos a punto de concretar un ansiado encuentro sexual con una mujer mayor, un extremista religioso que odia a los homosexuales y una intervención policial que no debe dejar sobrevivientes? Al parecer poco o, quizá, nada. Sin embargo, son los personajes y la situación central de Red State, filme del realizador norteamericano Kevin Smith, que mediante el horror y la acción lleva al límite hechos a primera vista inverosímiles, mostrando de manera indirecta, un retrato de la América más profunda y conservadora.

Todo empieza cuando un muchacho contacta a una mujer madura para sostener un encuentro sexual. A pedido de la mujer, el joven llevará a dos amigos. Luego, para perder el miedo y desinhibirse, todos beben cerveza; al cabo de unos minutos el grupo de efebos pierde la conciencia. Cuando despiertan se dan con la sorpresa de estar maniatados y encerrados al interior de una iglesia, uno de ellos enjaulado al costado de un hombre atado a una cruz. En el altar del mismo escenario un predicador profiere un discurso apocalíptico que se caracteriza por la sentencia que llevará al infierno a todos los homosexuales y depravados que pueblan la tierra. Un público reducido y extasiado – en mayoría familia directa del pastor – lo escucha al borde del nirvana. Uno de los chicos logra escapar y es derribado accidentalmente por el sheriff que acompaña al grupo especial de la policía apostado fuera de la casa/iglesia – según informes de inteligencia los fanáticos poseen un arsenal de armas de guerras –, así los ‘creyentes’ empiezan el fuego cruzado que desencadenará la intervención policial que tiene como instrucción precisa aniquilar a todos los pistoleros sin dejar testigos.

Me tomo la licencia de contar buena parte de la película para que se entienda que la historia parece rocambolesca. Sin embargo, es en la sorpresa de los giros argumentativos y narrativos donde mejor se apoya el filme, intrigando al espectador sobre qué más vendrá después de cada escena. A la vez, Smith juega con los géneros. Empieza su obra como si se tratara de una película de adolescentes calenturientos que la pasarán a lo grande: los más espabilados que compartirán a la misma mujer, lo que será el preámbulo de sus vidas íntimas, aunque la descubran en conjunto. Estas acciones responden a un estilo que, tradicionalmente, termina en enredos trasnochados y aventuras que luego serán contadas entre amigos. Entonces Smith da la primera vuelta de tuerca y coloca las acciones en una iglesia de fanáticos, liderados por Abin Cooper (Michael Parks) – personaje inspirado en el controvertido pastor Fred Phelps –, que no dirimen entre la realidad y la alegoría divina; pero que están fuertemente armados para repeler a los ‘infieles’ que alteren su tranquilidad. A través del discurso redentor de Cooper y los diálogos que sostiene con su familia, Smith muestra un trozo de la exacerbación religiosa que han labrado algunas sectas de la América blanca, profunda, conservadora, racista e hipócrita. Claro está que no se trata de una generalidad, no obstante, tiene rasgos que caracterizan a los ‘estados confederados’. Las escenas que derivan del rapto de los muchachos sitúan al filme en una vertiente más cercana al suspenso y al horror, donde Cooper y sus seguidores parecen unos asesinos seriales con visos de morbo reprimido. El otro género que involucra Smith en Red State es el de acción. El tiroteo entre las fuerzas especiales de la policía y los fanáticos religiosos está muy bien llevado, destaca el realismo del manejo de las armas semiautomáticas y de guerra que se emplean. El sonido de las secuencias de vértigo le cambian la cara a la película: de la sosegada pero tensa situación que se respira dentro de la iglesia se pasa al intercambio de balazos con desconcierto, efectividad pura. Siempre de una capa a otra – me refiero a los géneros – Smith encuentra acciones que sirven de engranajes finos y sólidos, casi imperceptibles.

En balance general, Smith, quien también es el director de la aclamada Clerks, ofrece un buen largometraje que parte de la realidad pero que no termina de desarrollar algunos personajes, quizá por la muerte súbita a la que son sometidos en circunstancias inesperadas o por la superposición de conflictos argumentativos que va entregando. Aún así estas razones no podrían verse como un derrotero defectuoso, más bien se trata de llegar a una conclusión sin pensar demasiado en los personajes que van quedando en el camino. El fin justifica los medios. Red State es una película inclasificable – aunque en algún momento bien vendida como terror – que ganó el galardón a mejor película del último Festival de Sitges. 

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