martes, 31 de enero de 2012

Periodismo sórdido en New York


Por Raúl Ortiz - Mory

La séptima película de Alexander Mackendrick - la primera realizada en los Estados Unidos – hizo que el debut americano del director de origen escocés fuera más que auspicioso. ‘Chantaje en Broadway’ (Sweet Smell of Success, 1957) es una de las más cínicas, punzantes y crueles  historias sobre la labor de los periodistas/columnistas. Aquellos que en la prensa escrita están llamados a ser ‘líderes de opinión’.


La película cuenta la historia de J.J. Hunsecker (Burt Lancaster), un columnista muy leído, temido y respetado por la sociedad neoyorquina de los años 50 que tiene en su pluma un arma capaz de destruir honras, reivindicar pecados y catapultar a la gloria a personajes ávidos de protagonismo mediático.

Hunsecker tiene entre sus fuentes a Sidney Falco (Tony Curtis), un agente que le lleva y le trae los chismes de la vida política y social de la Gran Manzana. Falco cobra a las personas interesadas en ser mencionadas en las columnas de Hunsecker, aunque no siempre cumple con su trabajo. Así el trabajo del periodista, el agente y los involucrados le da vida a la santísima trinidad de las intrigas y el deshonor público. Es un círculo vicioso que no se rompe porque el poder, en todos los planos, establece una relación simbiótica con la prensa y su influencia es decisiva en los ciudadanos.

A través de estos dos personajes, Mackendrick dibuja los perfiles de hombres sin escrúpulos que se mueven con facilidad en un ambiente nocivo reinado por aves de rapiña, disfrazados de hombres de prensa. Esta atmósfera, colmada de parlamentos cortantes y directos, hace que ‘Chantaje en Broadway’ no sea solamente una película esencial sobre periodismo, también es una entrega del mejor cine negro en su etapa más tardía.

La diferencia de los dos personajes principales que plantea el director radica en que mientras Hunsecker hace gala de un poder que no lo asimila como canallesco - ni siquiera se da cuenta de ello -, Falco es conciente de que sus acciones pueden ocasionar hondas desgracias. No obstante, este último prefiere hacer oídos sordos porque el individualismo está por encima del bien del prójimo. Hunsecker asume que la destrucción del honor es justificable según su propia concepción de la vida.

El argumento refrenda la visión que tiene el columnista sobre el mundo: le encarga a Falco que intervenga en la relación que Susie Hunsecker (Susan Harrison), su hermana menor, mantiene con el prometedor músico Steve Dallas (Marty Milner) porque ella no está en condiciones de entablar una relación con un tipo que se gana la vida en un ‘mundo sórdido como el del jazz’. Hunsecker al no ver avances en la empresa que le encarga a Falco, hace que éste coloque rumores malintencionados sobre la vida del músico por medio de otro columnista.

La estrategia de Hunsecker funciona pero Susie sospecha que su hermano y Falco están detrás de todo. Un indignado J.J. llama al dueño del local donde tocaba la banda de Dallas y le ordena que vuelva a contratar al grupo. Este gesto hace que Susie quede agradecida. Sin embargo, Hunsecker todavía tiene al intruso en el camino. Posteriormente, Dallas encara a Hunsecker por su actitud dominante y extremadamente paternalista. El periodista, en venganza, le tiende una trampa con ayuda de un policía corrupto y, nuevamente, Falco: le colocan marihuana y, con ella, la mala publicidad llega de inmediato a oídos de Susie.

En un intento por darle una lección a Falco, Susie se hace pasar por su hermano y convoca al bribón a su casa. Ella está en su habitación con prendas ligeras e intenta suicidarse, acto que Falco impide a toda costa. En ese momento ingresa JJ y los sorprende sobre la cama, ella llorando y él consolándola. JJ golpea a Falco y lo amenaza diciéndole que destruirá su carrera. El agente pide a Susie que diga la verdad, que no intentaba seducirla. Ella calla. La venganza de Susie está consumada. Luego, abandona a su hermano.  

Un punto fundamental a destacar en la relación entre los hermanos Hunsecker es la fijación, que podría calificarse hasta de incestuosa, por parte de J.J. sobre Susie. La sobreprotección y los celos enfermizos no se sustentan en la opción del ‘mejor candidato’ para la muchacha – un tópico claramente paternalista - , se sustenta en el miedo a la pérdida y la emancipación del hogar. Aunque también podría hacerse una lectura ambigua, y menos posible, de una desviación sexual.  

Respecto a Susie, Mackendrick revela, en la última parte del film, que la pérdida de la inocencia es inevitable cuando se vive en un entorno lleno de mentiras. La cándida muchacha, a través de una acción, llega a convertirse en una mujer calculadora que le tiende una trampa al sinvergüenza Falco: la destrucción de la inocencia y la venganza preconcebida del personaje más golpeado pero que mejor final tiene. Podría decirse que el director trabaja en Susie un sentido de la justicia.

Además, Mackendrick trabaja sus personajes y los va moldeando conforme discurren las acciones. Ninguno, por más caraduras que sean, mantiene su personalidad inicial. Esta transformación tampoco sería creíble sin las convincentes actuaciones de Lancaster y Curtis, dos titanes cuyos personajes generan una relación de dependencia mutua, de falso compañerismo en un mundo donde los favores se pagan con favores.

Otros aspectos destacados de ‘Chantaje en Broadway’ son la música, el trabajo en exteriores – una atmósfera absorbente y aplastante de la más avarienta Nueva York -, claroscuros marcadísimos - dignos rezagos del más clásico cine negro – y buenos tiros de cámaras – sobre todo travellings - en ambientes como bares y restaurantes. La cinta de Mackendrick es imprescindible por su estética, estilo narrativo e interpretación de primera.

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