Rebelde, polémico, honesto. Quizá esos sean los calificativos precisos para definir a Nagisa Oshima y la perspectiva de su obra cinematográfica. A poco más de
un año del fallecimiento del realizador japonés, damos una mirada a la esencia
de su propuesta.
El realizador,
que dirigió más de 50 producciones, que hizo de un chimpancé el amante perfecto
para una atractiva mujer, que estudió Derecho y acabó desviándose por el camino
de la dirección, que recluyó a David Bowie en un campo de prisioneros para ser
el objeto del deseo de Ryuichi Sakamoto, que puso de vuelta y media a Japón
porque su película más conocida (El imperio
de los sentidos) mostraba escenas de sexo explícito lo que obligó a terminar su
producción en Francia, por la censura, que es comparado con Jean-Luc Godard y
Roberto Rosellini por la innovación y el realismo de su propuesta, que criticó
abiertamente y sin contemplaciones la obra del consagrado Akira Kurosawa, que
exploró los senderos del sexo y la violencia de forma tan minuciosa como un
tratado de psicoanálisis, que se comprometió con los movimientos de izquierda y
las protestas estudiantiles durante la turbulenta década de los sesenta, que
mostró cómo una pareja a través de la autodestrucción podía alcanzar la
redención, y que criticaba sin pelos en la lengua la politización vulgar del
arte al quedar absorbido por las tendencias modernas, ese, Oshima, el transgresor,
es el ícono de la respuesta contestataria y el más influyente de los directores
asiáticos, a nivel de temática social, para las nuevas generaciones de
realizadores de Oriente.
Compromiso social
Nacido en
Kyoto, en 1932, Oshima filma en 1959 su primer largometraje, Ciudad de amor y esperanza, en un tiempo
en que Japón empezaba a recuperarse de los estragos de la Segunda Guerra
Mundial. Sin embargo, el director no seguía una línea que reflejara el progreso
económico de una nación abatida por un conflicto bélico. El proyecto de Oshima abarcaba
la exposición de personajes marginales excluidos deliberadamente del sistema;
se trataba de seres humanos errantes que vivían al lado del crecimiento de
manera invisible. El entierro del Sol
e Historias crueles de juventud,
ambas de 1960, reforzarían los planteamientos de la primera etapa del cineasta.
Ladronzuelos, prostitutas, tullidos, estafadores, mendigos y todo un conjunto
de entes descarriados sobreviven con cinismo en las calles menos turísticas de
Tokio. Esta característica inclusiva y la innovación técnica al momento de
rodar, valieron para que en los siguientes años fuera visto como el principal
exponente asiático de una tendencia cinematográfica, donde el compromiso
político-social dejaba su impronta. Con una diferencia de pocos años, en
Francia e Inglaterra se producirían dos movimientos fílmicos que sentarían
precedentes en esos países: la Nouvelle-Vague y el Free-Cinema. Ambas corrientes
tenían como exponentes a Jean-Luc Godard, Claude Chabrol, Lindsay Anderson y Tony Richardson, entre otros cineastas. El paso de
los años ha hecho que Oshima sea comparado con estos referentes y que su obra llegue
a ser homologada con algunas piezas del neorrealismo italiano.
Para Sebastián
Pimentel, crítico de cine de la revista Somos, Oshima siempre se distinguió por
mostrar el ímpetu libertario de los jóvenes como una respuesta a lo
establecido. Agrega que fue uno de los directores que se atrevió a mostrar lo
que nadie mostraba, dándole espacio a situaciones y personajes que se alejaban
de la idea preconcebida acerca de la sociedad japonesa, tanto dentro como fuera
del archipiélago. “Oshima trabaja y se sumerge en la psicología de sus
personajes para ofrecer películas de mayor impacto comparadas con las que se
hacían en Occidente por esos años. La liberación creativa era una forma de
responder a lo que estaba viviendo Japón en tiempos de posguerra, algo propio
de la época”. Pimentel añade que Oshima, dentro de los exponentes de la
historia del cine japonés, es comparable a Kaneko Shindo por su espíritu
revolucionario e independiente. “Rodar historias ligadas a lo que sucede en la
calle, con un presupuesto bajo y hasta con cámara en mano. Representó una
ruptura con todo lo que se había hecho antes”, manifiesta.
Rodrigo
Portales, crítico del portal Cinencuentro.com, sostiene que Oshima fue un
provocador nato que se atrevió a abordar temas tabú con un lenguaje potente,
directo y explícito, muy acorde a un contexto de cambios: “En sus inicios juega
con la provocación para presentar ambientes a los que no se tenía acceso o que
la sociedad no quería mirar de frente. La miseria es uno de esos escenarios. Oshima
la presenta tal cual, sin maquillar la realidad”. Portales precisa que muchas
veces se identifica al cineasta japonés como un exponente de temas relacionados
al sexo, mirada equívoca que centra la atención en ese ámbito, dejando de lado
la faceta política, social y partidaria que tuvo el realizador. “Oshima tuvo y
tiene una relevancia muy importante para el cine de su país. Por ejemplo, en
Japón fue mucho más influyente que Kurosawa, porque partía de temas cercanos a
la cotidianeidad y a lo que vivía el ciudadano común. En cambio, Kurosawa se
acercó más a la cultura occidental adaptando para sus películas, en cierta
medida, algunas piezas clásicas de la literatura europea”, explica Portales.
Un agitador en Occidente
Tras esa etapa
de cambios sociales y revelaciones políticas, Oshima llama la atención de la
crítica europea y estadounidense en la década de los setenta con dos
producciones que marcarían su filmografía: El
imperio de los sentidos (1976) y El
imperio de la pasión (1978). La primera fue calificada como pornográfica y su
proyección estuvo prohibida en varios países, incluido Japón. No obstante, está
considerada por una buena parte de la crítica especializada como un filme que resalta
la obsesión de unos amantes que solo pueden vivir poseyéndose en un sentido
autodestructivo. Una suerte de psicoanálisis puro y duro acerca de los
sentimientos y expresiones más primitivos del ser humano. Es con El imperio de la pasión (un homenaje a
la dicotomía pasión- muerte) que Oshima se desprende del traje efectista que
algunos críticos le endilgaron y que dio paso al reconocimiento internacional.
La segunda película del díptico imperial le valió la distinción a Mejor Director en el Festival
de Cannes. Pimentel
cataloga ambas películas como dramas eróticos que alcanzan a registrar los
niveles de crueldad que puede prodigar el ser humano. Por su parte, Portales no
cree que estas producciones denoten una carga sexual pura, aunque admite que
rompe cualquier tipo de tabú.
Feliz Navidad, mister Lawrence (1983) -drama bélico con un elenco de lujo
encabezado por David Bowie, Riuychi Sakamoto y Takeshi Kitano- da inicio a la
etapa de coproducciones con estudios europeos. Este filme, el único grabado por
Oshima en inglés, cosechó numerosos elogios de la crítica y, a la fecha, ha
llegado a situarse en el ágora de las películas de culto según diversos rankings
de publicaciones impresas y online. Tres años después, dirigió la comedia Max, mi amor (escrita con Jean-Claude
Carrière), una disparatada entrega donde un chimpancé pone en aprietos el
matrimonio de un hombre rutinario al
involucrarse con la esposa de este. La producción de la película estuvo a cargo
de un estudio francés. Su último filme, Gohatto
(2000), coproducción francesa, británica y japonesa, volvió a reunir a Sakamoto
y Kitano en una historia de amor entre samuráis; nuevamente, Oshima provocaba a
los espectadores y los medios conservadores de Japón. Así, la vida y la
propuesta de este agitador marca un hito dentro de la historia fílmica
japonesa, dejando una huella que difícilmente podrá ser borrada de la
imaginación de todos aquellos que han disfrutado o aborrecido su obra.
* Este artículo se publicó originalmente en Kaikan, revista de la Asociación Peruano Japonesa. (Páginas 32 - 35) http://www.apj.org.pe/files/kaikan/Kaikan%2085.marzo2014.pdf
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