El conflicto armado de los Balcanes que se dio a finales del
siglo XX no solo ha generado genocidios, persecuciones étnico–religiosas y el
nacimiento de algún dictador. También ha dado lugar para que una serie de
películas, más allá de mostrar la absurda cara de la guerra, intente
desentrañar la complejidad del comportamiento del ser humano en situaciones
extremas.
Círculos (Krugovi, 2013), del serbio Srdan Golubovic, es un retrato de la tensión que se dio
entre serbios y bosnios en aras de la defensa de los ideales nacionalistas que
terminaron padeciendo millones de personas. A través de un puñado de
personajes, con poderosas interpretaciones sumadas a un guión bien articulado,
el realizador lleva a la reflexión sobre el padecimiento del dolor, la
injusticia y la memoria histórica.
La película del director serbio narra la historia de
Marko, un soldado serbio que interviene cuando un grupo de militares de su
misma nacionalidad está golpeando brutalmente a un comerciante musulmán porque
éste no les vendió los cigarrillos que deseaban. Al enfrentarse a sus compañeros
de armas, Marko no solo va en contra de lo establecido, también asume un rol de
tolerancia que en tiempos de segregación étnica no está permitida.
Golubovic cierra la primera parte de su filme dejando a la
deriva lo que sucedió con el militar. Y es a partir de ese momento que todo va
adquiriendo un cariz confuso y entrecruzado. El padre, la novia y el mejor
amigo de Marko, situados quince años después, ven cómo sus vidas han cambiado
desde el infortunado evento. Además, Haris, el musulmán defendido, adquiere
relevancia al convertirse en el eslabón que une las historias de todos los
personajes.
El padre, Ranko, está obsesionado por construir una iglesia
católica en un lugar desolado a modo de expiar su resentimiento por la muerte
de su hijo. Para ello rechaza inicialmente a un muchacho que le pide trabajo en
la obra porque –entre otras cosas, no del todo explicadas– es de origen
musulmán. Tras varios intentos lo acepta, aunque su trato hacia el joven es
desconfiado y hostil. Un accidente, en la construcción, pone a Ranko en una
encrucijada: debe ayudarlo o dejarlo a su suerte. Opta por lo primero.
Simbólicamente se despoja de los prejuicios; Golubovic ensaya un acto de
compasión y perdón.
La novia, una alcohólica
y turbada mujer, huye de su pueblo natal hacia Alemania para proteger a su hijo
y a sí misma, de los malos tratos que le da su marido abusivo. En su destino lo
espera Haris. El remordimiento de este último por lo sucedido en el pasado hace
que ponga en riesgo su vida y la de su familia ante la amenaza del siniestro
matón. Golubovic echa mano al sentimiento de culpa para fortalecer la relación
entre los dos personajes principales de este conflicto de una manera
convincente, sin caer en parábolas etéreas ni moralistas. No busca mostrar
acciones que conmuevan, sino que hace un ejercicio de introspección para
enfrentar los miedos de sus personajes. La relación entre ambos está cargada de
una tensión dramática que fluctúa entre el vértigo y la desolación.
El mejor amigo de Marko, Nebojsa, llega a convertirse en un
destacado cirujano que una noche recibe, en estado crítico en el hospital donde
labora, al oficial que comandó la paliza al comerciante musulmán y, en
consecuencia, que dirigió la masacre a Marko por su intervención. Nebojsa
medita sobre su inacción al momento en que su amigo fue golpeado hasta morir.
Nuevamente la culpa es puesta en primer plano por Golubovic, dejando un margen
para que el personaje dude sobre la ética de su profesión. Sin embargo, la base
de sus principios deontológicos se impone. La relación entre Nebojsa y Ranko es
presentada por el director como un dolor conjunto que se hace menos atroz
cuando los dos se reúnen. Los silencios y los diálogos cortantes marcan la
pauta de esta relación con actuaciones sobresalientes de ambos, sobre todo del
padre afectado.
Golubovic –quien además estuvo en el festival limeño como
invitado– traslada a su película la fuerza de la culpa y la oportunidad del
perdón para decirnos que más allá de la idiosincrasia de los pueblos o de sus
deformaciones históricas todavía queda un escenario donde se puede encontrar
alternativas de tolerancia y respeto. Al igual que los círculos concéntricos
que se generan cuando una piedra es lanzada al mar, Círculos ofrece la
oportunidad de matizar la intensidad de la amargura que generan las guerras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario