Por Raúl Ortiz – Mory
La invasión a
Irak, que la administración de George W. Bush dirigió en el 2003, es una de las
más absurdas intervenciones militares de la historia. No solo por sus causas y
procedimientos. La peor de las caras que presentó el gobierno estadounidense
fue la que atañe a su accionar posguerra. Con una planificación prácticamente
nula y una improvisación asombrosa en temas relevantes, la mesa estuvo servida
para que los combatientes del Tío Sam cayeran cual palitroques a manos de la
insurgencia iraquí. Charles Ferguson argumenta todo lo expuesto antes en el
documental La guerra sin fin y
explica cómo se ideó el plan de reconstrucción que fracasó por la embriaguez de
poder de la cúpula de Bush.