Por Raúl Ortiz Mory
Después de
comprobar que poseía un talento natural con el hipnotismo aplicado a animales, un
adolescente Leonard Cohen eligió a una de las criadas de su familia para
ponerla en trance. La sentó en una silla, le dijo que relajara los músculos y
le mirara a los ojos; luego le pidió que se desnudara. El poder de su voz
pausada hizo que la figura femenina se develará a través de la imposición de la
voluntad.
En 1970, en la
isla de Wight se realizó un concierto que, contra todo pronóstico, reunió a
medio millón de personas. Una cifra peligrosa de manejar por la cantidad de gente
colocada y pasada de alcohol, sobre todo cuando la expectativa de los
organizadores sólo contemplaba un aforo para ciento cincuenta mil asistentes.
Cohen actuaría durante la última jornada, después de Joan Baez y Jimmy Hendrix,
casi cerrando el festival musical. Kris Kristofferson y Hendrix habían recibido
abucheos y una bengala interrumpió la presentación del guitarrista zurdo. La
gente estaba incontrolable. Cuando Cohen salió al escenario le contó a la masa
una historia que sonó a parábola, además de otras experiencias de su niñez. La muchedumbre
escuchó callada, quieta. Entonces, él empezó a cantar. Los ánimos se calmaron.
Lo había logrado, nuevamente. Impuso su voluntad a través de la palabra.
Cuarenta y
cuatro años más tarde sus canciones más recientes – y también las de otras
épocas –, guardan ese sentido de
encantamiento que sólo pueden alcanzar los verdaderos cantautores. Y así como
un disco logra ese efecto, un libro también lo puede hacer. Sylvie Simmons,
periodista y crítica musical, ha publicado Soy tu hombre. La biografía de Leonard Cohen,
un extenso libro de casi 750 páginas donde narra la vida musical y privada del
artista canadiense por medio de entrevistas propias – y de archivos
hemerográficos – a decenas de personas que conocieron y conocen a Cohen,
incluyendo cantantes, poetas, productores, músicos, exparejas, familiares,
excompañeros de estudios, maestros y una larga lista de personajes entrañables
que desfilan como agradecidos testigos de la vida del cantante.
Si bien el
ritmo de la narración no es cercano al de un perfil – caracterizado por las
escenas y las descripciones en función a una mirada particular y desprejuiciada
–, Simmons tampoco cae en el estereotipo de la biografía – con datos
cronológicos a modo de anuario corporativo sin emociones ni detalles
inquietantes –, y muestra argumentos racionales, religiosos y emotivos que el
lector puede valorar para entender mejor a Cohen, su obra y su entorno. La
autora hace un repaso minucioso de la influencia del sexo femenino – y el acto
sexual – en la vida del poeta; revela porqué el misticismo y las creencias
judía, budista e hinduista moldearon la búsqueda existencial del canadiense; corrobora,
por testimonio del propio Cohen, las razones de su vuelta a los escenarios con
más de 70 años, más allá de la estafa que sufrió y lo dejó en bancarrota; es
decir, Simmons no deja ningún cabo suelto e indaga con profundidad, cruzando
datos y mostrando varias versiones cuando algún punto se torna polémico.
De esta manera, el libro también puede ser visto como una guía práctica para cualquier interesado en el mundo de Cohen y la escena musical de Estados Unidos, Canadá y Europa de los últimos cincuenta años. El lenguaje directo y la explicación del origen de varios poemas y canciones son puntos a favor para la periodista. Al final de leer el libro queda claro que Cohen – miembro de la casta sacerdotal y descendiente por línea paterna de Aarón, hermano de Moisés – es un símbolo irrepetible, vigente y atemporal.
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