Por Raúl Ortiz – Mory
Jean-Claude Romand es un hombre francés que, en 1993,
asesinó a sus familiares más cercanos –esposa, hijos y padres– a mazazos y a
tiros de escopeta. Llevaba una vida aparentemente convencional hasta que el
despilfarro de dinero, obtenido por una serie de estafas, lo puso en evidencia:
había montado un engaño en torno a su vida desde los dieciocho años. Fingió ser
un médico prestigioso cuando en realidad era un don nadie enredado en una
maraña de mentiras. Pronto, su familia conocería la verdad; entonces, él
decidió eliminarlos, según declaró, para ahorrarles la vergüenza pública.
Emmanuele Carrère (París, 1957), escritor con nueve novelas a cuestas, se
interna en una profunda investigación para reconstruir este hecho que
conmocionó a toda Francia. El ritmo narrativo de la crónica policial crece en
intensidad conforme avanza el relato, aunque deja lugar para las reflexiones
periodísticas y éticas, a partir de su relación con Romand a través de cartas.
Esta cercanía es la que hace dudar a Carrère en seguir con la investigación,
porque percibe que en Romand no hay un interés por la realidad, sino por el
sentido que se oculta detrás de ella, casi siempre transfigurada y confusa.
El asesino entiende que el grado de interpretación que tiene
el escritor sobre su tragedia puede complementar lo que él mismo no llega a
comprender acerca de las motivaciones de sus actos. Así, el libro va
adquiriendo un cariz confesional. Carrère no se limita a los hechos, aspira a
estudiar un comportamiento mitómano e imprevisto. Mientras que Romand sabe que
la psiquiatría y el derecho solo pueden comprenderlo desde una mirada
reduccionista, sin el miramiento desprejuiciado del escritor.
Lo más complicado para Carrère fue encontrar su lugar en la
historia. Al inicio pensó que nutrirse de información y reconstruir el caso,
dejando que las motivaciones de Romand marquen el camino de su trabajo, sería
suficiente. Sin embargo, resultó imposible e ilusorio ser objetivo. Hacía falta
un punto de vista que señalara el rumbo del texto. Y cuando no se puede llegar
a conocer por completo al protagonista –y las múltiples identidades que ofrece–,
la frustración se revela como una repetición desesperante para el narrador. El
adversario muestra a un autor sorprendido y a un protagonista que engaña y se
redime en cada página.
* Este artículo apareció en la edición 12 de la revista Buensalvaje. http://buensalvaje.com/2014/05/15/el-adversario/
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