Por Raúl Ortiz – Mory
Para concretar una historia a partir de lo inverosímil, hay que juntar elementos que engranen como si de un reloj suizo se tratara: todo en su sitio, unido por un objetivo armonioso. Eso es Un cuento chino, la tercera película del argentino Sebastián Borensztein, un ejercicio de rompecabezas con las piezas ordenadas sin dificultad que se aprecia sin pretensiones ni efectismos. La historia parte desde un acontecimiento insólito: en un pueblo de China una vaca cae de un avión sobre un bote donde un hombre está a punto de entregarle un aro de compromiso a su novia, matándola; luego, se traslada a un escenario al otro lado del mundo: una ferretería de Buenos Aires. Estas historias, aunque disímiles, se complementan de manera accidental.