Por Raúl Ortiz – Mory
En
Juegos del destino (Silver Linings
Playbook, 2012), una serie de personajes con problemas de comportamiento y
adaptación social son puestos por David O. Russell en un mismo escenario para
entretejer una historia de amor, que si bien desemboca en los estereotipos del happy end, no deja que su desarrollo sea
artificial ni manido. Protagoniza esta película Jennifer Lawrence, ganadora del
Oscar a mejor actriz.
Después
de permanecer en un centro psiquiátrico durante ocho meses, Pat (Bradley
Cooper) intenta recuperar su trabajo y reconquistar a su esposa. Sin embargo, rehacer
su vida no será fácil. Vivir con sus padres condicionado a un permiso que
alcanza las instancias policiales – sufriendo los estragos de su bipolaridad –
le impide concentrarse en sus objetivos. Una noche conoce a Tiffany (Jennifer
Lawrence) – una ninfómana viuda que ha perdido a su esposo policía en un accidente
– e inician un acercamiento que a la larga será provechoso para ambos. Ella le podría
alcanzar una carta a la esposa de Pat a cambio de que él sea su pareja en un
concurso local de baile.
En
la última entrega de Russell, el director vuelve a darle protagonismo a los
desarraigados sociales. Como ya hiciera con The Fighter (2010) – donde un
exboxeador drogadicto intenta llevar al éxito a su hermano menor en el ámbito
pugilístico – la intención del cineasta de colocar al ser humano en un camino
empedrado de conflictos sirve como medio de exploración para ingresar al plano
de los problemas familiares. Además, prevé un concepto de solidaridad cuando
sugiere que los conflictos emocionales de sus protagonistas no pueden ser
solucionados por ellos mismos, solo alcanzan una salida si llegan a
complementarse, si se ayudan.
Si
bien a primera vista, Pat y Tiffany cargan con todo el desorden psicológico que
expone Russell, son los padres del maestro de secundaria, Pat Sr. y Dolores
(Robert de Niro y Jacki Weaver, respectivamente), quienes completan el grupo de
excéntricos. Él es un apostador, fanático del fútbol americano, que confía
poco, o quizás nada, en su vástago y que toda la vida lo ha comparado con su
hermano mayor. Ella es sobreprotectora, casera y hasta cierto punto una mujer
sufrida. Por otro lado, Pat tiene un amigo que goza de estabilidad económica
pero que vive inconforme por las actitudes de su esposa, ello marca la pauta para
que perciba cómo una relación matrimonial se resquebraja lentamente cuando ante
los demás todo parece estar bien.
Como
vemos, Russell construye cada personaje uniéndolo a otro y dotándolo de un
sutil sentido de desorientación que los deja algo confundidos, como en el limbo.
Estableciendo un paralelo con Seis
personajes en busca de un autor, la famosa pieza teatral de Luigi
Pirandello, en Juegos del destino todos
están intentando buscar algo o alguien que dirija sus vidas. El lazo entre la
desubicación y la esperanza es muy estrecho. Mérito de Russell es que todo el
tiempo tiende a llevar al límite el comportamiento de sus personajes dejando a
la expectativa si lo que vendrá será un estallido emocional o un conflicto que
dará paso a una nueva situación.
Este
desdoblamiento de actitudes hace que los personajes se tornen más complejos y
pongan en juego su traza emotiva, llegando a revelar más de una sorpresa. Juegos del destino parece previsible
pero deja lugar para la duda en cuanto al rumbo que tomarán sus acciones. Tal
es el caso del personaje de Robert de Niro – quien sale del molde que lo encuadró
en los últimos años en películas irregulares donde no lucía, a excepción de
Stone (2010) –. Pat Sr. va mutando de un hombre duro, apasionado y
temperamental hacia uno que siente el paso, y el peso, de los años haciendo un
mea culpa por la lejanía afectiva que ha caracterizado la relación con sus
hijos.
El
rol de Jennifer Lawrence, merecido Globo de Oro y Oscar a mejor actriz, es natural
y sin los disfuerzos que podría suponer el desenvolvimiento de una joven
intérprete que encarna a un personaje desequilibrado.
La diferencia de edades con Cooper – ella tenía 22 y él 37 cuando se rodó la
película – no se nota en el filme gracias a su actitud en la ficción y a su madurez
como actriz. Lawrence reafirma lo que pudo verse en Winter´s Bone (2010): puro
talento con proyección. En el caso de Cooper, su interpretación también es
buena y lo empieza a desmarcar del rótulo de hombre sexy que tanto se encargan
de promocionar las publicaciones rosas de Hollywood.
Con
esta película Russell pone en evidencia a la familia americana de clase media –
aquella del jardín amplio y el cerco blanco de madera – como un grupo social
que prefiere ocultar sus defectos a pasar la vergüenza pública. Los rebeldes,
Pat y Tiffany, rompen ese orden enquistado en la apacible localidad de
Filadelfia. Juegos del destino no es
un drama, no es una comedia, ni es netamente una cinta romántica. Es todo a la
vez. Sus ingredientes están sopesados en dosis generosas para decir que una
historia sencilla de personajes extraordinarios puede ser el reflejo mínimo de
nosotros mismos.
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