Por Raúl Ortiz – Mory
El tráfico
de drogas en México ha generado un espiral de muertes violentas que tiene como
protagonistas a los cárteles que en asociación con buena parte de la clase
política mexicana actúan encubiertos con total impunidad. Diego Enrique Osorno publicó
en 2011 El cártel de Sinaloa, un
exhaustivo trabajo periodístico que explica detalladamente los orígenes, el
modo de operación, las conexiones políticas, el alcance de la distribución de
los narcóticos y la complicidad con las autoridades estadounidenses que tiene una
de las redes criminales más influyentes del mundo.
La sensación que queda después de
leer El cártel de Sinaloa es que una posible solución al problema del
narcotráfico en México está bastante lejana o que ni siquiera exista. ¿Qué impide
una solución pacífica?
El principal
problema que afronta mi país es la falta de una estrategia sincera por parte de
la clase política. Lamentablemente, esta misma clase nos ha acostumbrado a los
mexicanos a una mediocridad dirigencial espantosa. Hace doce años se dieron las
primeras elecciones que podríamos llamar democráticas, después de 70 años bajo
el gobierno del PRI, donde resultó ganador Vicente Fox del PAN. Ello generó
expectativas en la población. Sin embargo, al mes de que el sucesor de Fox, Felipe
Calderón, tomó el poder, quiso encubrir una grave crisis política con una
declaración de guerra al narcotráfico cuando no tenía ninguna estrategia para
combatirlo. Ello ocasionó, entre otros factores, una serie de actos de corrupción
que involucró a autoridades de todos los niveles. Lo que vive México es una
guerra por el control del negocio de las drogas y no una guerra para evitar el
tráfico de las mismas. El Ejército quiere ser el que controle el tráfico de
drogas a Estados Unidos, al igual que la Marina, las autoridades municipales,
entre otras instancias. No se trata de ir contra el tráfico de drogas sino de
controlar las rutas de distribución. Hay una serie de intereses que toca a las
más importantes autoridades mexicanas.
¿Son conscientes los narcos del poder
que ostentan y la influencia que tienen en la política y en la sociedad
mexicana?
Lo que hay
es una costumbre, ‘cultura’ le llaman algunos, donde el narcotráfico es una de
las actividades toleradas. Es muy interesante la relación entre el narcotráfico
y el poder. Su presencia y permeabilidad está más allá de las zonas públicas
donde tiene presencia el gobierno. En México los narcotraficantes no tienen la representación
que sí ostentan otros grupos en otros países, por ejemplo como sí la tenían los
narcotraficantes de Colombia. En ese caso había una búsqueda del poder por
parte del narcotráfico, algo que no se ve en México. En mi país los cárteles
buscan asociarse con los gobiernos. Hasta ahora no hay pruebas contundentes que
confirmen que los narcos hayan querido controlar el estado federal, sin
embargo, es difícil ver que haya un gobierno estatal que no esté de alguna
forma respetando esa ‘cultura’ del narcotráfico.
Del libro se desprende que una gran
parte de la población ve este problema con resignación, pero también existe un
sector que vive de los cárteles, una especie de legalización social respecto a
lo ilícito
El primer
sector guarda cierta tolerancia siempre y cuando no haya violencia ni actos
sangrientos. Lo que rechaza la sociedad mexicana son las decapitaciones, los
secuestros, las matanzas. Sin embargo, el transporte y la venta de las drogas
son aspectos que llevan años como parte de las actividades de un sector de la
población mexicana. Se trata de algo aceptado.
¿Qué rol ha jugado la guerrilla en el
entramado del narcotráfico?
Desde hace
mucho tiempo el narcotráfico ha sido aliado del ejército mexicano en
operaciones de contrainsurgencia que el Estado mexicano ha emprendido. Los
grupos guerrilleros de zonas como Guerrero o Chiapas se han enfrentado a los cárteles,
lo que hace suponer que es imposible que los narcotraficantes tengan algún tipo
de ideología política como podría suceder en otros países. Aquí los
narcotraficantes también operan como una especie de fuerza paramilitar.
¿Cómo fue el trabajo de
acceso a las fuentes, sobre todo, el acercamiento a Miguel Ángel Félix
Gallardo, el narco más importante de México de los años ochentas?
Fue un
trabajo muy lento y sigiloso. Empecé a recopilar información específica sobre
el cártel de Sinaloa sin saber que podía conseguir el conocimiento básico y
necesario para hacer un libro como este. Sin embargo, con el paso del tiempo
conseguí contactar con la familia de Félix Gallardo – quien todavía se
encuentra en una cárcel de alta seguridad y que hasta la publicación del libro
nunca había hecho declaración alguna –, y ante la posibilidad de tener sus
declaraciones, que después obtuve a través de cartas, empecé a definir un punto
de referencia para darle sentido al libro.
Después del
intercambio de cartas con Félix Gallardo veo que el asunto central del libro no
pasa por la figura del líder del cártel sino por lo que hay detrás de todo: la
participación política en el narcotráfico y el intento de controlarlo para
obtener un beneficio. A partir de esta idea organizo el libro. Tiempo más tarde
conversé con sicarios retirados, exgobernadores, un exprocurador, entre otras
personas. Es así como voy armando el libro, esforzándome para que las fuentes
estén a la vista del lector, para que sean reconocibles, es decir, de carne y
hueso. No quería que parezcan parte del mundo de sombras al que realmente
pertenecen. La idea es que el lector sepa quién está declarando y sea él mismo
el que decida creer o no acerca de las cosas que dicen las fuentes. El cártel de Sinaloa es un viaje
informativo convertido en una experiencia narrativa, mínimamente literaria.
¿Cuánto tiempo te tomó realizar el
libro entre el trabajo de investigación y de escritura?
En concreto
empecé a tomar notas en abril de 2007. A finales de 2008 logro contactar a la
familia de Félix Gallardo y reviso más documentación. Es en 2009 que inicio el
proceso de escritura con una primera versión que tras terminarla y revisarla podría
decir que era algo cercano a un esperpento, como casi todas las primeras
versiones que hacemos los periodistas. Este intento inicial tenía a Félix
Gallardo como figura central del relato, era un texto muy parecido a un perfil.
Sin embargo, me doy cuenta que la historia tenía muchos vacíos y decido abortar
el proyecto. Entonces, empiezo a darle una mirada distinta para lo que luego
sería El cártel de Sinaloa, con
historias periféricas que se cuentan en diferentes ciudades y que con el
transcurrir del relato se van centrando en el corazón sinaloense de la mano del
Pablo Escobar mexicano, que es Miguel Ángel Félix Gallardo.
También hay un trabajo minucioso de
recopilación de datos históricos, algo que para muchos periodistas jóvenes
puede parecer un proceso tedioso. ¿Cómo trabajaste este aspecto?
Para esos
pasajes del libro tuve la ayuda de Ángeles Magdaleno, una excelente investigadora
que conoce cada rincón del Archivo General de la Nación. Fue ella quien me dio
la ruta para seguir un camino más fácil y rápido sobre sucesos históricos
asociados a los inicios del narcotráfico en México. Su ayuda me sirvió para
confrontar las declaraciones del exprocurador de Sinaloa, Manuel Lazcano Ochoa,
con documentos oficiales. Además, la investigación histórica ayuda a entender
cómo ha ido cambiando y haciéndose más fuerte el narcotráfico en México.
¿Qué tan difícil es ser periodista en
México?
Es muy
difícil. Estamos viviendo un momento trascendental en la historia de mi país,
bajo muchos riesgos. Creo que los periodistas no solo cuentan historias sobre
un problema, están siendo parte de la historia. Si no hubiese periodistas sería
muy difícil que dentro de 20 o 30 años los historiadores cuenten lo que pasa en
México. Estamos en un gran momento aunque paradójicamente estemos en uno de los
países donde se asesinan a más periodistas al año.
¿Crees que hay un sector de la prensa
que está alineada con el gobierno o con el narcotráfico, ya sea para alcanzar
un beneficio o por miedo a represalias?
Lo que hay
es mucha confusión. No es fácil adentrarse en este mundo donde a veces los que
parecen buenos terminan siendo los malos. Entonces, una manera de protegerse – lo
cual me parece bastante respetable – es ceñirse exclusivamente a lo que dice la
fuente oficial, a pesar de que esta misma fuente miente. Esto no solo se da en
México, también se ve en otras partes del mundo. Existen grandes aparatos de
propaganda que buscan maquillar la realidad. La labor de estos periodistas no
me parece cuestionable, sólo que es un efecto de la confusión que impera. Pero
también veo a una nueva generación de periodistas que busca otro tipo de
historias, desde ángulos distintos, con miradas diferentes para contar la
problemática del narcotráfico en México, cuestionando todo el tiempo lo que
dice la fuente oficial.
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