Por Raúl Ortiz - Mory
El Tour de Francia es la prueba de ciclismo más prestigiosa y anhelada por los corredores de todo el mundo, más allá de que en los últimos años se haya puesto en tela de juicio la honestidad de sus vencedores. Ander Izagirre, cronista, viajero, exciclista y amante de la ruta, ha escrito Plomo en los bolsillos (Libros del K.O.), un libro sobre la competencia gala y sus personajes más emblemáticos. No obstante, la mirada del periodista español no solo se enfoca en los sucesos que involucran triunfos legendarios, también ha escarbado en historias mínimas que remiten a los perdedores más recordados y queridos, incluso más que algunos de los propios ganadores.
El Tour de Francia es la prueba de ciclismo más prestigiosa y anhelada por los corredores de todo el mundo, más allá de que en los últimos años se haya puesto en tela de juicio la honestidad de sus vencedores. Ander Izagirre, cronista, viajero, exciclista y amante de la ruta, ha escrito Plomo en los bolsillos (Libros del K.O.), un libro sobre la competencia gala y sus personajes más emblemáticos. No obstante, la mirada del periodista español no solo se enfoca en los sucesos que involucran triunfos legendarios, también ha escarbado en historias mínimas que remiten a los perdedores más recordados y queridos, incluso más que algunos de los propios ganadores.
Plomo en los bolsillos parece un libro que trata de obsesiones y de sacrificios ¿Qué tan obsesionante puede ser esta carrera como para desatar una ambición desmedida en los ciclistas?
Mucha gente
a la que no le interesa el ciclismo y ha leído el libro me ha dicho que les han
gustado las historias, quizá porque más allá de narrar hechos relacionados con
la crónica deportiva hablo sobre impulsos muy básicos y esenciales del ser
humano. Esos impulsos pueden llevar a algo que en algún momento toda persona ha
pensado en alcanzar: la gloria. Yo veo en el ciclismo algo muy misterioso en
relación con el sufrimiento. Considero que está en el grupo de deportes que
roza los límites físicos para alcanzar el éxito. La pasión y el disfrute que
puede generar son de un misterio inexplicable para los propios corredores y
para aquellos que disfrutamos viéndolos pasar. Por otro lado, está el juego de
la trampa, siempre presente en la historia del Tour de Francia, con algunos
casos llamativos como el de Tom Simpson que en un gesto de ambición desmedida
murió por dopaje en plena carrera. Este quizá sea el mejor ejemplo de cómo la
codicia lleva a un deportista a la muerte. Ese tipo de situaciones te lleva a preguntarte
por qué un ciclista tiene que morir si solo se trata de un deporte, un juego,
donde el triunfo es una cosa simbólica. Ese contraste, entre juego y ambición
desmedida, me pareció muy atractivo. Se resume en una frase que a veces repito:
“la batalla es inventada, pero el dolor es real”. Entonces, el valor de estas
historias, que trasciende a un público al que le gusta el ciclismo, está
precisamente en que puede llamar la atención de aquellos que no son conocedores
de la disciplina.
Tú eres ciclista
aficionado y conoces de cerca todo lo que podría vivir un corredor ¿Crees que
ponerse en la piel de estos hombres ha influido mucho al momento de escribir
los textos?
Creo que
vivir en piel propia el hecho de jugar a ser ciclista en los mismos escenarios por
donde han ocurrido las grandes gestas es algo que ayudó a la labor de escritura
de las crónicas. Es como si ese ambiente, que está lleno de pasión, se te
impregnara. Yo suelo comentar que todos los años acudo a los Pirineos para ver
de cerca a los ciclistas que participan en el Tour. Voy con un grupo de amigos,
dos o tres días antes, y acampamos. Luego subimos el Tourmalet – uno de los
puertos montañosos más famosos del Tour de Francia por su dureza, situado a más
de 2 mil metros de altura – e imagino que estoy en un lugar donde han ocurrido grandes
historias desde hace más de 100 años. Es como si antes de la final de un mundial
de fútbol en Wembley o en el Maracaná, te dejaran jugar con tus amigos por un
rato. Esa es una sensación que el ciclismo ofrece. Entonces, si a ello le
sumamos que he vivido como ciclista frustrado cuando era un chico y después
como aficionado muy pegado a la cuneta, creo que es inevitable que ese tipo de
gusto no se deje notar en la escritura. Claro que esa pasión es algo
inconsciente porque yo no voy al Tour con los amigos pensando en que voy a escribir,
pero todo ese ambiente y la pasión que me provoca se ve reflejada en el texto.
En tu libro también hay
un lugar para los grandes perdedores del Tour ¿Cómo se hace para que la derrota
llegue a ocupar un lugar de orgullo y vanidad en la competencia?
El criterio
deportivo en el ciclismo es que debes ser el más rápido y llegar antes que los
demás. Sin embargo, el valor de una historia no se basa exclusivamente en el
triunfo, aunque hay triunfos que sirven de materia prima para hacer grandes
historias. Hay historias sobre derrotas que también dan para buenas crónicas. El
Tour ha dado grandes derrotas que hasta hoy se recuerdan más que muchas
victorias que ahora nadie evoca. Eso es algo que me llamó mucho la atención.
Hay una frase de Raymond Poulidor, que subió ocho veces al podio y nunca se
vistió de amarillo, es decir nunca lo ganó, que dice: “si yo hubiese ganado un
solo Tour nadie se acordaría de mi”, y lo decía porque él fue el gran segundón
– tres veces en el segundo puesto y cinco veces en tercer lugar –. Fue el eterno
perdedor. Otro caso que me llamó la atención fue el de Roger Walkowiak que ganó
el Tour en 1956 y luego se arrepintió porque la gente le sacaba en cara que lo
haya logrado por suerte. Eso le amargó la vida al hombre. Entonces, podemos
descubrir que el triunfo puede ser venenoso y que, por otro lado, hay derrotas
que dan relevancia y cariño. Además, que para armar una historia no siempre
debemos hacerlo desde el punto de vista del triunfo, la derrota tiene elementos
casi más interesantes.
También cuentas la
historia de un corredor que se afanaba por llegar último y que en algún momento
otro ciclista le salió en competencia por ser el peor de los peores
Precisamente
porque se da cuenta de que si queda como último clasificado por tercer año
consecutivo va a pasar a la historia. Es todo lo contrario a lo que un ciclista
aspira. Pasar a la historia del Tour por ser el más lento creo que también da
para contar una gran historia.
La información que
tiene el libro es abundante y detallada. Sin embargo, no se lee como una compilación
de datos históricos fríos ¿Cuáles fueron los criterios de búsqueda y de selección
de los datos para armar el libro?
Distinguiría
dos partes: los capítulos que se refieren a épocas antiguas, para los que leí
libros acerca de ciclismo, y periódicos y revistas de hace mucho tiempo, sobre
todo de Francia, donde hay una literatura abundante sobre ciclismo y el Tour en
concreto. La segunda parte es desde la mirada propia como espectador directo,
que ocupa un periodo que va de la década del ochenta hasta los últimos años, acompañado
de revistas más recientes. Para los dos tiempos encontré historias que estaban narradas
de una manera muy esquemática, algo parecido a un trabajo de recopilación
histórica; entonces vi una posibilidad de contarlas de manera distinta con un
toque más cercano a lo literario. Las historias originales están ahí, el reto
es convertir eso que parece frío en una colección de cuentos.
Es evidente que no has
contado todas las historias que ha dado el Tour de Francia desde su creación. Entonces,
¿cuál fue tu criterio de selección para elegir las que aparecen en el libro?
Busqué un
equilibrio entre las hazañas más conocidas por los aficionados y otras que se
basaban en personajes secundarios o pequeños acontecimientos que no iban a
pasar a la historia de oro del Tour. Por ejemplo, en la historia de la
competencia se cuenta cómo un ciclista integrante de un grupo de corredores que
se retiraba de la prueba debido a que era muy dura y provocaba serias lesiones
en algunos deportistas, dijera una frase a los organizadores y que dio el nombre
al libro: “Pronto nos colocarán plomo en los bolsillos, alegando que Dios hizo
al hombre demasiado ligero”. Basta un detalle revelador, una escena o un
personaje muy particular para que eso mereciera estar en el libro.
¿Cuánto tiempo te tomó
el trabajo de investigación y escritura?
En realidad
no lo tengo muy claro. Es curioso porque es un libro que ha ido creciendo. Todo
comenzó en el año 2003 cuando se cumplió el centenario del Tour y escribí para
una revista una selección de 10 historias sobre la carrera. Un par de años
después decidí completar el texto con nuevas historias. Luego fueron tres
capítulos inéditos, a modo de actualización. Este libro ha tenido diversos
momentos, ha resucitado y ha ido creciendo.
Si de actualizaciones
se trata tendrías que reescribir la penúltima parte a partir de los recientes
acontecimientos relacionados a Lance Armstrong.
Cierto. Las
acusaciones de dopaje, que implica que le quiten los podios, dan para seguir
escribiéndolo. Podría decir que el libro no está totalmente terminado.
¿Qué opinión tienes del
caso Armstrong?
A mí me crea
un efecto desolador. Todas las sospechas de los últimos años dañan la
credibilidad de la carrera. Me causa una decepción enorme, aunque soy
consciente que no tengo la edad de un niño que se frustra cuando pasan este
tipo de cosas. Los dos últimos capítulos del libro hablan de competencias
ganadas en situaciones extrañas y, sin embargo, el Tour sigue dando buenas historias.
Si bien ya no podemos contar las épicas de los vencedores como hace ochenta
años, quizá sí podamos encontrar otro catálogo de los comportamientos humanos
que demuestren una cara distinta de las cosas. Lo mezquino, lo feo y lo
tramposo también es importante y válido para seguir escribiendo crónicas.
¿Si tuvieras que
quedarte con alguna de las historias o alguno de los personajes del libro, cuál
sería?
Me conmovió
mucho la figura de Walkowiak. Su historia me parece una de las más
sorprendentes. Es la de un ciclista que no estaba entre los favoritos y gana el
Tour gracias a una serie de circunstancias que jugaron a su favor, sobre todo
porque tuvo ventajas que ningún otro corredor tuvo. Ganar el Tour, que es el logro
máximo de cualquier ciclista, le supone un fracaso total porque la gente le
desprecia y se ríe de su triunfo, al punto que no vuelve a competir y se retira
de la vida pública. Cuarenta años después aparece en un documental de la
televisión francesa y sollozando declara que lo peor que le pasó en la vida fue
haber ganado esa competencia. Para él no fue un orgullo, fue una tortura. Esto
me hizo pensar mucho sobre el valor relativo del éxito. Para mí la de Walkowiak
es la historia más inquietante y distinta.
¿Qué proyectos nuevos
estás por publicar?
En realidad,
lo del ciclismo es una excepción en mi trabajo porque suelo escribir reportajes
de viajes o de asuntos internacionales. En los últimos meses la he pasado
viajando. Estuve en Bolivia, Perú, Sicilia, Kenia y otros lugares, entonces lo
que viene será una etapa de escritura de varios meses. Por lo pronto planeo hacer
un libro sobre la minas de Bolivia y quizá uno sobre los artículos que fueron
publicados en mi blog en los últimos cinco años.
¿Qué opinión tienes
sobre las posibilidades del periodismo narrativo frente a los medios digitales?
A pesar de
todo, soy optimista. Es cierto que los medios tradicionales están pasando por
una crisis muy profunda a nivel mundial. En España, por ejemplo, es muy difícil
publicar trabajos extensos y bien elaborados porque los diarios no tienen
dinero para pagarlos o porque no destinan espacios para ese tipo de textos
debido a su extensión. Los que nos dedicamos a hacer crónicas y reportajes
largos sufrimos esa situación. Sin embargo, lo que estoy viendo en los últimos
años es que se están multiplicando las posibilidades de publicar en otros
formatos, como los libros impresos o los digitales. Yo no quiero prescindir de
la posibilidad de publicar en los medios tradicionales pero si tengo la opción
de hacerlo en otros soportes no hay problema. Yo mismo tengo un ejemplo de
ello: hace poco publiqué un libro electrónico donde recopilé crónicas sobre
Islandia y Groenlandia. Veo que hay revistas digitales que no tienen
financiamiento y apuestan por algunos autores. Aunque no paguen bien es una
posibilidad para publicar que debemos seguir explorando. Además, tiene el
aliciente de poder descubrir a más autores y más temas. Yo conocí a Marco
Avilés así, porque leí un libro suyo que ha sido editado acá. Quizá si hubiese
publicado en el diario de su ciudad no lo hubiera conocido. Ahora tengo la
opción de contactarlo y conocerlo. Para mí la relación con cronistas siempre es
enriquecedora. En general, creo que los cronistas tenemos un futuro económicamente
dudoso, pero creativamente atractivo.
¿Qué percepción tienes
de la crónica latinoamericana?
Estoy
realmente asombrado. Conozco a Alex Ayala y a Marco Avilés y de la mano de
ellos leo a otros cronistas latinoamericanos. Me queda la impresión de que en
Latinoamérica se están haciendo maravillas. He revisado las revistas digitales
que se hacen allá y me parecen muy buenas. Ahora mismo estoy leyendo la Antología de crónica latinoamericana actual
donde he encontrado verdaderas joyas. Visto desde España parece que hay un boom
que acá nos da mucha envidia. Me parece que allá tienen un terreno muy fértil
que para mí es una inspiración.
Nota: esta entrevista fue hecha vía
Skype desde Lima.
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