Por Raúl Ortiz – Mory
Robert
Lorenz ha sido la mano derecha de Clint Eastwood en algunos de sus más
prestigiosos filmes. Como asistente de dirección ha colaborado en Million dolar baby, Mystic river, True crime,
entre otras películas. Como productor en J.
Edgar, Gran Torino, Changelling, Letters from Iwo Jima y las tres mencionadas en primer término.
Ahora se aventura a dirigir su primera película, Trouble with the curve/Curvas de
la vida, que tiene al propio Eastwood como protagonista.
La película
de Lorenz se centra en la relación de Gus Lobel (Clint Eastwood) y su hija Mickey
(Amy Adams) que con el paso del tiempo han optado por vivir en círculos
sociales contrapuestos – él es histórico descubridor de talentos en el béisbol,
ella una exitosa abogada citadina – alejándose hasta el punto de no tener nada
en común que los relacione, excepto un interés apasionado por el béisbol. El
director hace una buena exploración psicológica del trato entre los dos
protagonistas exponiendo un escenario donde el padre de maneras toscas hiere y
rechaza constantemente a su hija, aquejado por una culpa crónica a modo de
mecanismo de defensa. La hija recibe con resignación y rabia el desaire de su
progenitor cascarrabias, aunque no deja de buscar explicaciones sucumbiendo a
una frustración por el amor, supuestamente, negado.
El problema
de esta relación se agudiza cuando Mickey intenta pasar unos días con su padre
– a pedido de un amigo de Gus que está preocupado por la progresiva pérdida de
la visión del viejo – acompañándolo en una gira de observación a una promesa
del béisbol, que de fallar en su apreciación podría ser el último de sus
trabajos. De esta manera, la joven pone en riesgo su carrera profesional cuando
está punto de cerrar un caso relevante y ser socia del bufete donde trabaja. Lo
peliaguda de la situación es que desde el tiempo en que Gus la dejara de chica
al cuidado de unos tíos, tras la muerte de su madre, ambos han tenido una pésima
comunicación y las manifestaciones de resentimiento han sido más frecuentes que
las muestras de afecto.
Por
momentos, las escenas denotan una tensión que conmueve sin caer en el tópico
del argumento de la chica abandonada que necesita superar sus traumas ante la
necesaria confesión del padre arrepentido. El rol de Eastwood no solo ayuda a
entender cómo Gus se torna inútil cuando debe enfrentar momentos claves en la
formación de Mickey – la infancia, la muerte de la madre, el enamoramiento, la brecha
generacional, la soledad –, sino que eleva el plano de acción al entendimiento
de la vejez como una etapa dura que todo ser humano debe enfrentar, por más que
no se quiera asumir. En el caso del personaje de Eastwood, el director le adjudica
elementos como la frustración y la impotencia.
Sin embargo,
Lorenz comete un error cuando todo lo construido toma el riesgo de derrumbarse al
develar el origen del comportamiento del padre y el contexto que lo provocó.
Tanta mala relación no se justifica por un miedo superficial y mucho menos se
debe expresar a través de una acción inverosímil. También se podría decir que
abandonar a la hija al cuidado de los tíos, en un acto de protección porque el
mundo es ruin, va en un tono lógico. Nada más falso que ello debido a la
desproporción entre la causa y la consecuencia. Ese es el problema de Lorenz
cuando plantea el conflicto central de su película.
Las
interpretaciones de Eastwood y Adams no pugnan por llenar de lucimientos la
pantalla, por el contrario, se complementan. Al veterano actor el papel de
hombre amargado le va muy bien y lo sustenta, por un lado, con la poderosa
expresión gestual que ofrece y la verbalización explosiva del lenguaje al
momento que profiere sus parlamentos. Los diálogos llenos de humor corrosivo
también sintonizan con la actitud de Eastwood.
En el caso de Adams, su
desenvolvimiento va más allá de asumir un espacio que acompañe al mítico
intérprete. La actriz ya ha demostrado su buena performance en títulos como The fighter, Doubt o Junebug; en los
tres casos nominada al Oscar como mejor actriz de reparto. El tercer protagonista
de Curvas
de la vida es Justin Timberlake, quien hace mucho dejó la categoría de popstar para tomarse el oficio en serio.
Su personaje es planteado por el director como elemento de equilibrio y pausa entre
el padre y la hija. Timberlake representa al muchacho que no concretó sus
sueños y quedó en promesa del deporte pero que asume su destino con una actitud
positiva a diferencia de Gus, el pesimista.
Es este
último el que simboliza la toma de posta generacional en el ámbito de los
cazatalentos de figuras del béisbol. Nuevamente el desgaste por efecto de los
años es abordado por Lorenz pero visto desde otra arista. En el caso de
Timberlake se muestra un lado inocuo, distinto al de otros personajes que
ansían sacar de carrera al viejo a como dé lugar. De paso, el director introduce
otros personajes que acompañan al joven para contraponerlos y exponer el tema
de la traición. La jubilación por edad y el escaso manejo de la tecnología son
temas que están en función a una idea que se resume a que la experiencia
llevada a un plano superior, basada en el ojo de la sabiduría, es superior al
caudal de la tecnología que carece de alma e instinto.
En cuanto al
contexto, Lorenz presenta una ambientación del sur de los Estados Unidos que va
un paso más allá del retrato provincial plagado de señales tolerantes aunque ligadas
a los valores y principios de la Confederación. Además, muestra la euforia casi
aldeana y la identificación de una colectividad con los futuros hijos ilustres,
a la vez que plantea la posibilidad de la decepción ante la posibilidad de la
falta de consolidación deportiva. En conclusión, aunque el realizador edulcora
el final de su película proponiendo un happy
end que invita a la complacencia del mainstream,
Curvas
de la vida es un filme que se disfruta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario