Foto: Dieter Castañeda |
Por
Raúl Ortiz -Mory
El poeta Jerónimo Pimentel incursiona en la
narrativa con La ciudad más triste
recreando la llegada de Herman Melville a Lima a partir de una serie de
aventuras que tiene a una ciudad convulsionada como telón de fondo. En la
siguiente entrevista el escritor explica lo difícil que ha sido sacarse de
encima la voz del narrador americano y la enorme influencia que ha tenido a lo
largo de su obra. Además, le da una mirada a sus libros anteriores, refiere su
punto de vista sobre el periodismo narrativo y critica la falta de unidades de
investigación en los medios tradicionales.
Además de ser un evidente homenaje a Herman Melville,
La ciudad más triste deja una impresión cercana a ser una novela que habla
sobre la sorpresa y la decepción acerca de una Lima convulsionada y
contradictoria a nivel sociopolítico ¿Cómo enlazas la figura del escritor
inglés a su descubrimiento y posterior desengaño?
Hay un lema de los marineros griegos que
fue recogido por Pessoa, y que luego recojo en mi libro, que dice: “vivir no es
necesario, navegar es necesario”. Se trata del espíritu marinero de ir de un
lugar a otro, recorrer el mundo y exponerte a nuevas experiencias. Ese es el
ánimo que yo quería insuflarle al personaje. Por otro lado, está lo que
comentas sobre esta mezcla extraña de una ciudad que alberga muchas
contradicciones. Lima es una ciudad americana y nueva respecto a las europeas.
Cuando Melville llega ya tiene tres siglos de colonia y se acaba de
independizar hace poco más de 20 años. Es una ciudad nueva y vieja a la vez. A
diferencia de los asentamientos en América del Norte, donde muchos se fundaron sobre
zonas deshabitadas o en espacios donde no había una cultura tan organizada, Lima
– y el Perú en general – tenía una cultura originaria y milenaria mucho antes
de que llegue Melville. Conviven la novedad y la antigüedad, la sorpresa y la decepción,
son como sentimientos contradictorios que constituyen a la ciudad. Uno de esos
sentimientos, el más saltante y que es una tradición que perdura hasta el día
de hoy, involucra el “carácter costeño”: una Lima como antítesis del Ande que
en términos políticos es una construcción que funcionó por mucho tiempo durante
el siglo XX. Lima como una ciudad rancia, aristocrática y burguesa de espaldas
al Ande y, a la vez, de espaldas al mar. Los españoles que conquistan el Perú, procedentes
de Andalucía, tenían un sistema de organización cercano al fundo agrario y no al
costeño, entonces fundan la ciudad mirando a la ladera y no al mar. Si a eso le
sumas los desiertos del norte y del sur tenemos a Lima como una ciudad
encapsulada…
Una ciudad idónea para el futuro escritor que sería
Melville, una ciudad que conmueve e inspira. En una parte del libro se puede
leer: “la melancolía no es una enfermedad de escritores sino una circunstancia
geográfica”.
Tiene que ver con un texto de Hipólito
Unanue donde habla de cómo el clima de Lima afecta el carácter de los hombres.
Con la disposición que genera esta ciudad isla rodeada de infinitos, de
absolutos adonde no se puede ir ni atravesar. Si trazas una línea recta de la
costa central de Sudamérica, donde está ubicado el Perú, y la proyectas hacia
Oceanía te darás cuenta que pasas por zonas donde no hay absolutamente nada,
por eso fue tan difícil para el antiguo peruano tener contacto, siquiera, con
América del Norte porque las corrientes te llevan a la nada, es una locura.
Además que no es una ciudad alegre y va más allá de
ser triste, es un lugar feo: “Lima no es una ciudad, es un estado de
suspensión, un hipo congelado, un homenaje al dios pagano de la indecisión”.
Hay esta necesidad de confrontar ese ánimo
aventurero con una ciudad que parece sacada de una película de terror donde no
parece que esté pasando mucho y, sin embargo, si te detienes a verla es una
ciudad completamente convulsa en muchos sentidos: políticamente, socialmente,
geográficamente. Tiene mucho movimiento.
¿Crees que en cierta manera la Lima de hoy se parece
en idiosincrasia a la que revela La ciudad más triste?
Sigue siendo una ciudad llena de pillos, de
charlatanes, de chismorreo. Tengo la ilusión de que a partir de la
consolidación política de las migraciones andinas de los últimos 60 años Lima esté
cambiando y se transforme en otra ciudad, que es lo que espero y deseo; porque
el empuje de sobrevivencia, una suerte de capitalismo popular como le llaman
algunos, que tiene el migrante está transformando Lima. Hay algunos reductos
que todavía se resisten a ese cambio y hay algunos procesos que faltan
consolidar como por ejemplo que de Lima norte, sur o este, no haya surgido un
partido político que tiente el poder.
La consolidación política se ve muy lejana, en cambio
la fortaleza económica ya se puede percibir en esas zonas.
Pero en algún momento, para proteger esa
riqueza, van a tener que articular un partido político. Esa es la naturaleza de
los partidos políticos: defender interesas de grupos, y este es un grupo al que
aún no le ha llegado su momento. Eso hará que la Lima de La ciudad más triste pase a ser historia. No quiero parecer ingenuo
pero este discurso te lo digo desde una mirada optimista.
¿Crees que “Lima posee el secreto de civilizaciones
futuras donde solo parecen estar vivos quienes odian”?
Esta es una lectura que sale de Moby Dick y que incluí en mi libro con una firme intención.
Cuando el siglo XX redescubre este libro, después de 80 años de silencio porque
fue una novela desatendida en su momento, una de las principales lecturas que
se le da es la relación entre Ahab y la ballena, metáfora que su usa mucho
políticamente cuando un líder trata de alcanzar un objetivo a toda costa
poniendo en riesgo incluso la vida de su tripulación y la naturaleza de su
empresa. Ahab deja todo y cambia su ruta con tal de matar a la ballena.
Un quijote distorsionado y marinero…
Pero sin la cuota de ingenuidad y
romanticismo que tenía el personaje de Cervantes. Más bien es un quijote
malicioso, enceguecido, que concentra toda la soberbia de lo humano. Es un
hombre que cree que le puede ganar a un dios del mal, que viene a ser Moby Dick.
Eso le da un tono épico, de gesta.
¿Esa es la lectura que recoges para hacer tu novela?
Sí, pero aplicándola a una ciudad en que
está pasando precisamente eso. Durante el caudillismo, después del fracaso de
la Confederación Peruano Boliviana y antes de Ramón Castilla, tenemos una serie
de líderes políticos, militares y otros cercanos a lo empresarial completamente
obcecados en la persecución de tomar el Estado peruano, sobre todo el control
político de Lima para gobernar todo el país. Definitivamente, hay algo
melvilliano en esos afanes y ambiciones.
¿A cuánta documentación histórica tuviste que recurrir
para hacer esta novela?
Me planteé dos líneas de investigación,
teniendo en cuenta que la novela está recreada entre 1843 y 1844. Una que iba
en la dirección de Melville como persona biográfica y la otra que era la
historia de la ciudad. Para desarrollar la primera me topé con una
sobreabundancia de información porque los gringos han estudiado demasiado a
Melville. Con decirte que hay libros que hablan sobre los aportes de Melville
al lenguaje americano naval u otro que habla sobre lo que significaba el color
blanco para el autor. Hay una biografía escrita por Hershel Parker que está
dividida en dos tomos de 1 500 páginas cada uno donde cuenta la vida de
Melville día por día, incluyendo su paso por Lima. En cambio del periodo
intermedio entre la independencia del Perú y el inicio del gobierno de Castilla
no hay estudios nutridos o diversos en los que uno se pueda apoyar para
entender ese momento en la historia del Perú – salvo en algunos historiadores
muy puntuales como Basadre y otros clásicos –. Lo que hice fue coger las
fuentes que existían y luego tratar de entender algunas cosas. Por ejemplo,
encontré un artículo de un historiador de la PUCP que hablaba sobre la estética
decorativa de las casas en el tiempo de Castilla. Teniendo en cuenta que las
tendencias no desaparecen totalmente en 10 años ni que la gente cambia su forma
de decorar por un cambio de gobierno, me agarré de ese tipo de estudios para
ambientar la novela. A partir de algunas licencias de esa naturaleza pude
encontrar a la ciudad de la que quería hablar y la pude nombrar, que para mí
era lo más importante. En esta novela, como en todas las demás, el lenguaje es
el que crea la realidad, entonces yo necesitaba, quizá sea rezago de mi labor
como periodista, imaginar a partir de cosas concretas. Me cuesta mucho imaginar
desde cero o de la nada.
No obstante, imaginar a partir del comportamiento de
alguien es completamente distinto, sobre todo cuando La ciudad más triste se
puede leer como una novela de aventuras, un buen escenario que sirve para
conocer diferentes facetas de la personalidad del protagonista.
Yo creo que he escrito una novela de
aventuras. Melville escribió un párrafo hermoso en Moby Dick acerca de la
ciudad, que empieza con el nombre de mi novela donde deja muchas marcas de su
impresión que le dejó Lima. Ese libro tiene frases como: “no hay necesidad de
viajar, el mundo es una Lima”. Ello te remite al cosmopolitismo que tenía la
ciudad y su buena acogida al extranjero. Hay un dicho marinero, que también fue
citado por Stevenson en algún momento, que dice: “corrupta como Lima”. Para este
trabajo también me sirvió mucho un libro de Estuardo Núñez que habla sobre
relatos de viajeros extranjeros en el Perú durante el siglo XIX. En Chaqueta
blanca, otra novela de Melville, el personaje principal empieza sus acciones
tirando su chaqueta blanca al mar para salir de Lima rumbo a los Estados
Unidos. Así vas teniendo algunas pistas de lo que significó para Melville su
paso por nuestra ciudad. Yo he recogido esas impresiones y a partir de estas he
desviado, modificado, imaginado y subvertido algunos hechos. He contrastado determinados
acontecimientos con textos de Ricardo Palma, quien con sus Tradiciones Peruanas
se mueve entre la ficción y la no ficción, pero que recoge de manera muy
placentera el espíritu de la época. Por ejemplo, la tradición de León Escobar,
el negro que por algunas horas estuvo en Palacio de Gobierno cuando no había
presidente, la he modificado para aplicarla a la novela. En muchos pasajes he
utilizado este tipo de recurso literario.
¿Qué tan difícil se te hace meterte en el pensamiento
de otro para empezar a ficcionar?
Uno de los escritores que definió mi
vocación literaria fue Fernando Pessoa, que trabajaba mucho con los heterónimos.
Desde mi primer poemario, Marineros y
boxeadores, he tratado de prestarme otras voces aplicando la técnica de
Pessoa; debido a la insuficiencia que me genera mi propia voz para expresar
todo lo que quiero expresar. Los heterónimos me ayudan para prestarme otras
sensibilidades y desde estas puedo empezar a ficcionar. No fue el caso para La ciudad más triste. En la novela he trabajado
más el tema de la mirada.
La novela tiene un fondo poético muy marcado y una
relación estrecha con tu segundo poemario, Frágiles trofeos, más allá de que el
inicio de la novela sea un poema de este libro
Ambos son libros formalistas en el sentido
de que hay mucho cuidado en el manejo del lenguaje. Son trabajos muy acabados.
El poema alcanza su potencialidad plena con la novela, algo así como un proceso
de continuación.
Dices que el tratamiento del lenguaje ha sido muy
trabajado, ¿esto no podría generar una
suerte de cálculo que le reste frescura al texto?
Cuando un escritor emprende una obra de
ficción se encuentra con muchas limitaciones que, a veces, pueden ser los
puntos de partida para la creación. La creación surge del límite. Si yo hubiese
querido hacer el libro bajo el deseo inicial hubiese tenido que escribirlo en
inglés del siglo XIX, algo que no me provoca hacer porque no puedo. Tampoco me
iba a servir una mimesis de la traducción española de una prosa inglesa del
siglo XIX, eso hubiese tenido que copiar en términos de lenguaje y no era mi
intención. Entonces lo que traté de hacer fue recoger la sensibilidad de
Melville, que tiene marcas muy características, por ejemplo: la fijación por
los detalles, una prosa que tiende a lo lírico y a lo metafórico, que es muy
subordinada. Son marcas formales con las que me quedé. Es allí donde pongo mi
mirada, en la sensibilidad prestada de la que te hablaba.
Con una cuota de humor muy peculiar.
Porque Melville la tenía, al contrario de
lo que parecía: un hombre serio y solemne. Era un escritor muy ocurrente y
perverso al mismo tiempo. Cuando lees Bartleby o Benito Cereno te das cuenta
que es un escritor con una tendencia hacia lo perverso, de una mirada maliciosa
que marca distancia con muchas cosas, sin llegar al cinismo. Propio de una
persona que le ha dado tres vueltas al mundo en un barco ballenero. Es la vida
de un aventurero. Su primera novela, Typee, trata sobre un hombre que al sufrir
maltratos deserta de un barco, se refugia en una isla de la Polinesia y se
interna en una tribu caníbal. Melville, entre la ficción y la no ficción,
cuenta de alguna manera su paso por esa zona del mundo, quizá exagerando diversas
situaciones. Era un mundo donde podía pasar eso. Imagínate la tripulación de los
barcos en las novelas y en la vida de Melville. Era el lumpen del mundo reunido
en un espacio cerrado, pero en movimiento como es un barco, atravesando la
nada. Él en algún momento dice, y yo lo parafraseo en mi novela: “un barco
ballenero fue mi Yale y mi Harvard”. Melville venía de una familia notable de
los Estados Unidos, donde su destino seguro hubiese sido seguir una carrera en
una de estas universidades pero por circunstancias familiares decide ir a tomar
el mundo, no ser una carga para nadie y se enrola en un barco como una persona
cualquiera. Imagina lo que hubiese podido sentir esta persona surcando los
mares en medio de la nada, cazando con arpones.
Te decía también lo del humor porque esta cualidad
parece servir como un puente para contar su tragedia, de la sorpresa y
decepción, y su vida aventurera.
Sí, Melville tiene un humor muy particular
que te diría que es casi un matiz de su mirada y que, hasta cierto punto, es
colonial. Una especie de mirada de exotismo.
Siguiendo
el orden cronológico de aparición de tus libros, todos ellos poemarios, ¿no te
parece que hay una ruptura a nivel de fondo y forma, sobre todo, con La muerte
de un burgués?, ¿buscas explorar constantemente por diversos registros?
La
muerte de un burgués fue una respuesta al
formalismo de Frágiles trofeos. Este
último fue un libro que me generó muchas preguntas acerca de qué tipo de
escritor quería ser y me di cuenta que no quería ser un escritor formalista que
se acercara a la perfección, hacia lo bello, a pesar que utilicé metáforas improbables sobre algo que
no es bello como son los insectos. La
muerte de un burgués fue algo así como el asesinato de la belleza a pesar
de un verso más prosaico con mayor fijación en el ritmo que en la prosodia…
Es
un libro más próximo a lo horazeriano.
Cierto. Es un libro que no quiere estar
atado a un concepto. Es salir a la calle para gritarle a la gente que algo anda
mal en el planeta y, sin embargo, ambos anteceden a Melville y, directamente, a
La ciudad más triste. Y esto no es
casual porque La muerte de un burgués
termina anunciando la novela con una seña que es más visible para mí que para
el lector que son los tres versos finales del último poema: Blanco, color del horror, te oí gritar./ Desciende
sobre nosotros /ahora.
¿Estaba planeado así?
De hecho que fue así. Melville atraviesa
toda mi obra. Primero quise deshacerme de él con Marineros y boxeadores. En ese libro hay un poema que hace
referencia directa (Pimentel coge su primer poemario y lee) ¿Quién de pronto / Susurra junto al
cabestrante / Que en los barcos balleneros / Las profecías son decretos / Que
cumple el destino / Con la frialdad de un cantor / Enemistado con personajes /
A los que terminará / Dejando a su suerte? / Pero vamos, ¿quién cree estar / En
un barco ballenero / Extrayendo ámbar gris / De un espermaceti / Que abre los
ojos y exhala / Nombres arruinados? ¡Eso
es Melville! Frágiles trofeos,
Melville. La muerte de un burgués,
Melville. La ciudad más triste,
Melville. Melville. Melville. Melville. Tengo que enfrentar esto de una vez.
Espero que su presencia desaparezca con la novela (ríe). Como te decía, uno se
presta una sensibilidad, pero después ¡cómo te la sacas! A mí me costó mucho. Terminé la novela en el
2010 y durante ese año no podía escribir otra cosa que no se lea igual. Todo lo
que escribía me salía así. Tuve que sacarme su voz de mi lengua y hacer otro
ejercicio: escribir una novela que está más cerca en actitud a La muerte de un burgués. Una novela de
sexo, drogas y rock and roll, que al mismo tiempo es una parodia del tipo de
novela que se hizo en Lima en los años noventas. Tenía que sacarme a Melville de encima. Es
muy curioso, las obsesiones lo siguen a uno.
¿Será esa novela de desenfreno la siguiente en
publicar?
Siento que he publicado mucho en los
últimos años, pese a que el primer poemario salió hace 10 años. No está mal,
pero quiero ver qué pasa.
¿Te puedes llegar a saturar de ti mismo?
Creo que hay que vivir un poco más. Todavía
tengo dos libros sin publicar. El primero, del que te hablaba, se llama Estrella solitaria y es un homenaje a
Nacho Vegas. Trata de dos muchachos que viajan de Lima hacia Argentina para
escuchar a Nacho Vegas en un concierto.
De alguna manera es una novela más sucia, más de calle. Y el otro libro
es de ciencia ficción, titulado Al norte
de los ríos del futuro. Creo que es hora de esperar a que este material se
publique y pare la mano un poco.
¿Cómo ves a la nueva generación de escritores
peruanos?
Hay tres nombres que creo que están un paso
por delante de los demás: Jeremías Gamboa, Carlos Yushimito y Daniel Alarcón.
Me parece que son storytellers natos,
con buen dominio del lenguaje. Creo que son los escritores a seguir. A la vez
hay narradores interesantes que aún no han consolidado su obra o que están por
hacerlo. Esto último ha ocurrido tanto en narrativa como en poesía. No hay una
predominancia de estilo, hay mucha exploración personal…
Lo cual hace que no se pueda hablar de corrientes,
etiquetas o rótulos.
Diría que ni siquiera hay una generación propiamente
dicha porque estos escritores van desde los nacidos en 1972 hasta los de 1982 y
tal vez más. A partir de ciertas experiencias y de una apertura hacia la
literatura de otras fronteras se están tomando caminos más personales.
Teniendo en cuenta que tu formación es periodística y
que en tu novela, por momentos, se nota ese pulso, ¿con qué tipo de periodismo
te identificas más?
Yo he sido formado en un tipo de crónica
pre Etiqueta Negra, si podría llamarlo de alguna manera. Por circunstancias
familiares he crecido leyendo a Jorge Salazar y a Eloy Jáuregui. Ya en Caretas
empecé a leer a Jaime Bedoya. Ellos son autores previos al fenómeno de la
crónica como la conocemos ahora. Me gusta mucho la crónica clásica, si se le
puede decir así.
No
vas a negar que la crónica, la del periodismo narrativo, tiene gran protagonismo
en nuestros tiempos
La crónica tiene una trampa y es que no
todos la pueden hacer. Esa crónica que es bastante subjetiva, sin llegar a ser
gonzo, provoca que todos quieran hacerla pero no todos lo pueden lograr, porque
no todos tienen el lenguaje, o el ojo, o la experiencia. Ahora es muy difícil
encontrar periodistas a secas, porque todos quieren ser cronistas. Hay mucha
desatención al periodismo diario, al periodismo de investigación, al periodismo
que hace crítica y a todas las otras vertientes de la prensa. Un periodista de
verdad no es un patita que se acerca a Gisela Valcárcel y hace una crónica
donde te dice a qué huele Gisela antes de empezar El gran show. Creo que la
crónica no trata de eso. Ese es un recurso que no debería volverse central.
Porque el tipo de crónica del que estamos hablando requiere de virtudes y
atributos muy particulares que son difíciles de hallar, demanda de una
sensibilidad bastante educada, propia de la novela francesa del siglo XIX.
Además, debes contar con un adecuado manejo de técnicas narrativas y olfato
periodístico, aspectos que se suelen ganar con el tiempo y no a los 18 o 19
años. Cada quien puede escribir lo que le salga del forro pero evaluando el
periodismo peruano, así como está, creo que el problema está va por otros
lados: los grandes periódicos han desistido de las unidades de investigación,
hay generaciones de periodistas que no tienen método porque eso no se enseña en
las universidades sino en las redacciones, no hay un buen periodismo cultural.
Por ejemplo, en la crónica el periodista siempre quiere ser protagonista, el
filtro por el que pase la noticia y, en realidad, el periodismo trata de lo
contrario. No se trata de lo que sentiste frente al choque sino del choque en
sí, y eso se está perdiendo generando que el periodismo peruano sea cada vez
más pobre.
Bajo este panorama, ¿qué viene a ser Nosotros Matamos
Menos?
Es un blog integrado por personas que
tienen una formación periodística y literaria. Nos interesa hacer un periodismo
sin concesiones y que si bien puede ser duro no deja de ser periodismo. No es
relaciones públicas, no es pasamanería, no es “hago notas para hacer nuevos
amigos”…
Creo que está más cerca a un periodismo para hacer
enemigos
Probablemente, de hecho esa ha sido la
consecuencia, pero en favor del lector. Ahora los chicos se sienten cohibidos
de hacer preguntas incómodas. Deben tener en cuenta que un periodista por definición
es alguien que hace preguntas incómodas.
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