Por Raúl Ortiz – Mory
Durante 10 meses – entre marzo de 1996 y enero de 1997 – el
escritor peruano Jorge Eslava publicó Flor de Azufre,
una columna que lo identifica en distintas pieles a modo de evocaciones
nostálgicas transitadas entre la niñez y la juventud. Además, con un particular
punto de vista, examina las cuestiones cotidianas o domésticas que se viven en
la adultez. Meses después, juntó estos textos y publicó un libro con el mismo
nombre que, sin temor a exagerar, constituye una pieza de alta factura en el
terreno del periodismo de opinión peruano.
Flor de Azufre también
es una descarga de aficiones atemporales y homenajes merecidos a referentes
literarios, cinematográficos y musicales. Adán, Ribeyro, Vallejo, Moro, Bryce,
Benedetti, Oquendo de Amat, Eguren, Sabina, Ella Fitzgerald, Schneider (Romy,
por si acaso), Fellini, Chaplin, entre
otros, son vehículos de las experiencias del autor y sombras largas que en
algún momento han envuelto su vida. La ubicación arbitraria de estos referentes
en situaciones habituales por parte de Eslava nace por la necesidad de entender
el mundo desde una mirada compartida por la sorpresa, la candidez y la
palomillada.
El humor es un ingrediente básico en las columnas de Eslava.
La autoburla y la sorna, apuntadas como flechas a su cabeza – algunas veces
hacia su corazón – y a las de sus protagonistas, no hacen otra cosa que
conducir al lector hacia un camino cómplice, con la finalidad de llevarlo a
mirarse en un espejo. Desde las contorneadas piernas de la profesora cubana en
la etapa escolar hasta su visión de los padres cuentacuentos, pasando por una
oda a las mujeres gordas y la nostalgia que encierran las antiguas imprentas,
Eslava tiene como telón de fondo a Lima, la ciudad que muta con el tiempo pero
a la que siempre vuelve.
Sin embargo, no todas las columnas se nutren de situaciones,
pensamientos o recuerdos propios. El poeta también recoge acontecimientos
reales que tuvieron rebote en la prensa diaria y que transforma en historias
breves moldeadas por un lenguaje coloquial, aunque exquisito y lúcido. Eslava
le da elegancia a la calle e inserta a sus referentes artísticos como si fueran
gemas en la bóveda de una sucia cueva. El estilo de las columnas acercan al
lector de diarios a un mundo de figuras que quizá no conozca pero que incita a
curiosear a través de hechos sentidos o fuera de lo común.
El origen y la elección del título del libro – homónimo de la
columna semanal publicada en el desaparecido diario El Sol – los explica Eslava
en la nota introductoria de la publicación: «El significado del nombre lo aclara el Pequeño Larrouse: “productos
ligeros obtenidos por medio de la sublimación o la descomposición”. Inspirado
en esas alquimias, alterné bagatelas de diversa índole. Asuntos elevados o
viles, dependiendo del humor, para sacarme del cuerpo ciertas mugres o
impregnarme virtudes y ser el hombre bueno que aspiro”. En este caso, la
flor de azufre del peruano solo se descompone para darle un cariz de pasado al
presente, viajando por el tiempo.
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