Por Raúl Ortiz - Mory
Primeros años de los noventa. La Unión Soviética
termina de resquebrajarse y las naciones sureñas que forman parte del gigante
rojo persiguen el destete definitivo, cansadas de sentir la mano de hierro del
Kremlin. Pero el sueño de independencia no es tan sencillo como parece: se
desatarán guerras civiles y emancipaciones efímeras para lograr un nombre
propio en el mapa del Cáucaso. Esa es la primera parte del sueño. La segunda
consiste en conquistar, en algunos casos, y ‘repatriar’, en otros, territorios
que son reclamados por culturas tan disímiles como incompatibles.
Wojciech Jagielski, periodista polaco de larga trayectoria, cuenta, a través de su libro Un buen lugar para morir, cómo esta convulsionada zona, situada entre Europa del Este y Asia Occidental, se ha transformado en una de las más peligrosas y olvidadas del planeta; las grandes cadenas de televisión y los noticiarios no se asoman ni de broma (¿será porque los Estados Unidos no se han puesto los guantes para este pleito?).
Autor de libros como Una oración por la lluvia (donde se cuenta lo difícil que es vivir en un
Afganistán de posguerra), Torres
de piedra (sobre los
separatistas chechenos y los señores de la guerra) y La noche larga de Uganda
(acerca de las matanzas civiles y los gobiernos despóticos del país africano), narra con precisión de
historiador, sin dejar de lado lo principal: su olfato de
periodista.
Jagielski recoge las historias de las voces ‘oficiales’ y
las contrasta con los ciudadanos de a pie, aquellos que de verdad sienten los
cambios sociales a razón de las guerras y los levantamientos armados. Si un día
dialoga con un funcionario público o con un político opositor, al día siguiente
lo hace con el hombre que regenta un bar o con un tendero. Es decir, no se deja
llevar por las voces de los censores, ni asume las versiones de estos como
verdaderas, al contrario, son las que más cuestiona.
Si bien su estilo no tiene el dramatismo ni la sorpresa de
Kapuscinski – dicho sea de paso, hay una cita del maestro polaco en la portada
que de por sí sola hace que se venda el libro –, la pluma de Jagielski es
intensa y se deja leer como un gran cuento (de verdad) sobre la historia de la
región en cuestión. Directo y didáctico. Va al frente sin rodeos y no recurre a
la utilización de los recursos oníricos en primera persona, tan de moda en
algunos cronistas que juegan al ‘yoísmo’ desmesurado.
Un buen lugar para morir es una guía para entender la violencia
que se genera en el Cáucaso a partir de las disputas territoriales y del
desarraigo de los más elementales símbolos de nacionalismo. Esta es una zona
que ha sido tratada peor que una chacra paupérrima por tres patrones severos:
Rusia, Turquía e Irán. Las minorías étnicas que hoy habitan Georgia, Azerbayán,
Armenia y Daguestán, desde hace cientos de años han sufrido los embates de
imperios y reinos que veían al Cáucaso como un pasaje de tránsito o barricada estratégica
ante posibles invasiones.
Sus habitantes han pasado de mano en mano sin que sus
opiniones importaran mucho. Si alguna vez se hicieron escuchar, fue a través de
revueltas guerrilleras que terminaron aplastadas por el poderío de las
potencias de la zona quienes, de paso, siguen dejando huellas colaterales con
incontables bajas civiles. El tráfico de armas es otra de las actividades
lucrativas más florecientes y que, como en todos los lugares pobres, se adhiere
a la población como parte de la vida cotidiana.
Un buen lugar para morir es un texto que funciona como ventana
para los lectores curiosos que buscan historias distintas de una zona
desconocida, donde su autor combina las risas, las lágrimas y las amarguras de
sus personajes, y en donde se cuentan los muertos y desaparecidos por miles,
pero que tiene a buena parte de la población con la esperanza de alcanzar la
independencia y la paz. Por su parte, Wojciech Jagielski ofrece un gran trabajo
reporteril con un tratamiento imparcial y sopesado de las fuentes, remitiéndose
a los detalles y a la
Historia como elementos sólidos para sus relatos.
Recomendable.
Muy interesante reflexión, que en verdad invita a conocer toda la obra de este gran escritor polaco. Felicitaciones...
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