Por Raúl Ortiz - Mory
La otra cara de los Estados Unidos, aquella que no tiene el glamour de la alfombra roja ni los rascacielos de Manhattan, ni los parques temáticos de Disney, la ha retratado Joe Bageant, un periodista que regresó a su pueblo de origen, Winchester (Virginia), para enseñarle a muchos que la principal economía del mundo también se desangra por dentro. Crónicas de
Nadie, de lejos, o quizá muy pocos, podría creer sin asombrarse que la
economía de los Estados Unidos está sostenida por la clase obrera representada
por las tres cuartas partes de su población. Unos dirán “bueno, la clase
trabajadora siempre serán el sostén de los países”; pero lo raro en el caso de
los Estados Unidos es que la mayoría de la fracción citada está conformada por
pobladores blancos de pequeñas ciudades y sus periferias. Estos tienen pocas
esperanzas de alcanzar una jubilación digna y son explotados por empresas
transnacionales a través de un discurso corporativo que está más cercano a las
realidades de América Latina y Asia, sin que esto les disguste.
Joe Bageant regresó a su pueblo, del que prácticamente escapó porque
creía que el mundo estaba más allá de las conversaciones monótonas en el bar de
la esquina, y se dio con la sorpresa que su familia, sus amigos y toda la gente
que conocía estaba peor que antes de que emprenda vuelo. Peor, para él, porque habían
reafirmado su fundamentalismo cristiano, su creencia a ultranza en los medios
de comunicación de corte republicano y, sobre todo, que estaban inmersos en un
marasmo como nunca se había visto. Entonces, permaneció con ellos un tiempo y
contó sus historias. Todas estas crónicas están narradas con un aire irónico y
socarrón que, a ratos, roza la procacidad porque como dice el propio Bageant
“no podrían contarse de otra manera”.
Podría pensarse que su discurso es provocador con la intención de
ridiculizar a sus paisanos. Sin embargo, el fondo es otro: explicar cómo el
Partido Republicano ha carcomido el alma y el cerebro de los ciudadanos blancos
más pobres insertando en ellos una perorata de nacionalismo que a la larga ha
terminado por devorarlos al no hacer nada en temas como asistencia social,
leyes laborales justas o una verdadera representación política. Bageant ataca a
los conservadores pero también les pega a los progresistas – tengamos en cuenta
que él se declara abiertamente como demócrata de perfil socialista -. De estos
últimos critica su poco interés por llegar a un férreo bastión electoral que siempre
le ha dado la espalda al partido de Obama.
Los personajes parecen sacados de la ficción y se acercan a los que
protagonizan Winter´s Bone, la
película independiente nominada al Oscar que fue dirigida por Debra Granik,
donde se ofrecía un perfil muy peculiar de los habitantes del sur americano. En
el caso de Crónicas de la América profunda, la
construcción de los personajes parte de sus desgracias y el futuro que les
espera, siempre desesperanzador, sean jóvenes o viejos. También están diseñados
a partir de su orgullo. Por ejemplo, cuando deben tragárselo en silencio porque
la sanidad pública es una subvención estatal que no debería permitirse a raíz
de que cada individuo tiene que forjarse un destino autosuficiente sin
necesidad de recurrir a la asistencia social: una cuestión de formación y
adoctrinamiento republicano.
En algún momento Bageant dice que muchos de los obreros pobres se
engañan a sí mismo con la idea de que pertenecen a la clase media. En parte por
orgullo y en parte por ese cuento nacional que dice que los estadounidenses son
en general de clase media. A ello hay que sumar el mito del poder de la piel
blanca, como también la creencia sobreentendida de que si una persona blanca no
triunfa es por culpa de la pereza. El autor americano, que el año pasado murió
debido a un cáncer, perfila al obrero americano de la siguiente manera:
“Gran parte de la lucha por
recuperar el espíritu de América consiste en sanar las almas de estos
americanos y hacer que despierten de esa superabundancia de artículos de
consumo y espectáculos que los idiotiza. Consisten en asegurarse que ellos
rechacen la tortura como una actividad propia de ‘héroes’ y dejen de pensar que
los bebés deformados por el uranio empobrecido son solamente en ‘el precio de
la libertad’. Atrapados en el gran universo autárquico de la América imperial,
alimentados a la fuerza con productos y engreimiento como si fuesen novillos
castrados que se dirigen al matadero, los trabajadores estadounidenses
disfrutan con el Campeonato Mundial de Lucha Libre y las banderas confederadas,
los televisores de pantalla plana y la idea de un imperio Americano (“¡Imperio
Americano! ¡Me encanta cómo suena!”, piensan sin tener la más remota idea de
cuál puede ser su significado histórico). Esa gente que nos quita de encima el
trabajo más duro, la misma gente a la que enviamos a combatir en nuestras
guerras lejanas, no son altruistas y probablemente nunca lo fueron. Les importa
un comino la pobreza en el mundo, el futuro del planeta Tierra o la extinción de
animales o cualquier otra cosa. De verdad que les importa una mierda. Al
‘pueblo’ le gusta la gasolina barata, al ‘pueblo’ les gusta ir de rebajas
después de Navidad o del día de Acción de Gracias. Y si viene el fascismo
también estarán contentos con eso, siempre y cuando el precio de la gasolina no
sea demasiado alto y Comcast tenga el canal de la liga de fútbol americano las
veinticuatro horas del día”.
Agrega Bageant en otra parte de su libro:
“Ese es el holograma
americano. El espejismo del cual vivimos, la ilusión que nos mantiene unidos y
que hace que nos parezcamos como clones, aunque se insista en que cada uno de
nosotros es único. Y seguirá vigente hasta que toda la mierda nos caiga encima
y nos llegue hasta el cuello. La gente trabajadora no niega la realidad: ellos
la crean desde lo más profundo de su ignorancia, mientras la presunta izquierda
reflexiona y se pregunta porqué no puede obtener ninguna influencia política
sobre estas almas. Para esta gente la realidad es el fútbol americano, las carreras
NASCAR y una república sin matrimonios homosexuales y con arma de fuego que no
tengan el seguro puesto. Esa es la realidad por la que votan: una república
armada y con principios éticos. Y esa es la realidad que tenemos, mientras nos
quedamos de brazos cruzados y vemos cómo a nuestros ciudadanos les extirpan la
humanidad a golpes, dejando que los exploten y los cultiven como si fueran una
cosecha humana con fines de lucro”.
Altamente recomendable, Crónicas
de la América
profunda es un libro adecuado para conocer la ideología y funcionamiento de
los dos partidos políticos más importantes de los Estados Unidos y su
influencia en el sector menos favorecido económica, social y culturalmente de
la comunidad blanca americana. Una radiografía descarnada, prosaica y genial.
No hay comentarios:
Publicar un comentario